Las aguas del Atlántico siguen batiendo récords en la escala térmica. En 2020, el océano que separa América de Europa y Asia se transformó en una auténtica “sopa” cuando vivió su década más calurosa en al menos 2.900 años y este año alcanzó un récord histórico de temperatura. Este tipo de eventos, como hemos visto a lo largo del tiempo, sugieren que también bajo el mar existe una “ola de calor” que no pasa desapercibida.
Ciertamente, llevamos muchos años estudiando este fenómeno, lo que nos ha permitido identificar a algunos de sus factores de origen. Entre ellos podemos destacar las emisiones de gases de efecto invernadero que, tras acumularse en nuestra atmósfera, actúan como una especie de manta sobre la Tierra, y la escasez de nubes, que permite que una mayor cantidad de luz solar impacte sobre la superficie terrestre. Sin embargo, esto no es todo.
Las nubes están cambiando y tenemos que hacer algo
Los investigadores, recoge Science, creen que hay un nuevo factor que está contribuyendo al aumento de la temperatura de los océanos. La sorpresa es que podría tratarse de una consecuencia no deseada de una actividad impulsada con fines lícitos. Un tipo de nubes conocido como “ship tracks”, que se produce por el tráfico marítimo, se ha reducido sustancialmente en el último tiempo. El problema es que se trataría de nubes con propiedades reflectantes.
Y aquí es donde volvemos al escenario anteriormente mencionado. Si hay menos nubes, hay menos obstáculos para que la luz del Sol alcance los océanos y eleve su temperatura. Puede que te preguntes, entonces, qué hemos hecho para empezar a extinguir este tipo de nubes tan importantes. Para entenderlo, primero veamos cómo se originan y después lo que nos llevó a poner en marcha una estrategia que posiblemente deba sufrir algunos cambios.
Se cree que el dióxido de azufre liberado por los barcos podría estar detrás de la creación de nubes con propiedades reflectantes. Ahora bien, el mencionado tipo de gas es un contaminante que puede provocar efectos adversos para la salud. Frente a esta última preocupación, la Organización Marítima Internacional (OMI) puso en marcha un plan en 2020 para mejorar la calidad del aire limitando la cantidad de azufre en el fueloil utilizado por los barcos.
La estrategia tuvo un resultado muy alentador: la contaminación marítima por azufre se redujo más de un 80%, efecto que se tradujo en mejores condiciones ambientales. Sin embargo, al menos según Duncan Watson-Parris, un físico atmosférico de la Institución Scripps de Oceanografía, también limitamos la cantidad las nubes que nos ayudan a mantener controlada la temperatura de nuestro planeta. Es decir, creamos otro problema.
Esta consecuencia indeseada ha tenido mayor impacto en el Océano Atlantico, que es donde el tráfico marítimo tiene mayor actividad. En algunos corredores, la luz solar que llega a la superficie ha aumentado un 50%. Con esta preocupante situación en plena evolución, los expertos empiezan a teorizar algunas alternativas que no involucre volver a usar azufre en los combustibles marítimos ya que significaría un enorme paso atrás.
Sobre la mesa está la posibilidad de que los barcos emitan partículas de sal mientras funcionan para “sembrar” nubes reflectantes. Lo de la siembra de nubes, no obstante, no es una idea completamente nueva. China ha puesto en marcha esta iniciativa para hacer frente a las drásticas sequías que afectan alguna de sus regiones. México, por su parte, ha empezado a plantearse esta posibilidad. Con el tiempo sabremos si esta propuesta resulta efectiva.